Es difícil no impresionarse al entrar a la plaza y contemplarla por primera vez. Mucho más cuando podemos mirar justo de frente al Monumento Nazionale a Vittorio Emanuele II.
Para poder construirlo se tuvo que trasladar un cuerpo entero del Palacio de Venecia, destruyendo así una de las últimas plazas renacentistas que quedaban en Roma.